Esta historia empieza un día en que platicando con Carlos me conto de su existencia. Yo siempre me las he dado de muy chingón y mi respuesta inmediata a nuestra conversación fue “Preséntamela”. No sé la razón exacta, quizás haya sido que me la vendieron muy bien, pero sentía una enorme curiosidad por conocerla. Por una u otra razón el encuentro aún cuando intentaba provocarlo, nunca sucedió. En ese momento creo que ninguno de los dos tenía la menor idea de lo que iba a pasar.
La primera vez que nos vimos fue en uno de nuestros viajes a Pachuca, Alberto y yo estábamos comiendo cuando recibimos la primera llamada de Carlos donde nos dijo que ella venía con él, en mi cabeza resurgió la curiosidad y sentí un nervio al cual aún no puedo hallarle explicación alguna. Alberto y yo estábamos echando la hueva en el hotel cuando recibimos la segunda llamada, esta vez para encontrarnos y la cita fue en el reloj. Había caído la noche y el frio empezaba a calar los huesos.
Recuerdo que cruzamos la calle rumbo al reloj y mientras se abría la gente la vi por primera vez, fue como una escena de una película antigua, cuando el militar ve a la chica del otro lado del cuarto y le dice a su amigo “Ves a esa chica, algún día voy a andar con ella” solo que yo lo guarde para mí y no dije nada. Iba caminando detrás de ella por las calles de Pachuca pensando “Dios ¿No tendrá frio? ¿Debería ofrecerle mi chamarra?” Fuimos por un café esperando a que abrieran “La esquina” y pedimos unas cervezas, porque yo ese fin de semana iba completamente decidido a destruirme.
Ya en el bar en el que otras ocasiones habíamos conocido e “interactuado” con algunas chicas locales, yo no podía ver a alguien más que a ella. Cantamos y bailamos mientras yo seguía con mis planes de acabar con mi vida por medio del alcohol. De mis últimos recuerdos es el habernos tomado unas fotos juntos. A la mañana siguiente desperté y no la volví a ver durante casi un mes, pero ya empezaba a dar vueltas en mi cabeza.
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